Una calle llamada miedo

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Aún no son las 12, pero la oscuridad de la noche está casi en su totalidad. Camina por aquella calle estrecha e infinita que parece que nunca se acaba.  Una calle solitaria donde apenas pasan coches y con el recuerdo en forma de charcos de una lluvia que hacia unos minutos se había marchado.

El traqueteo de su maleta, por mucho que lo intente y que la humedad del suelo suavice, es un ruido atronador que invade la calle.

El aire es gélido y seca su garganta cuando se cuela por su boca. Su respiración cada vez es mas intensa,  profunda y acelerada, parece que se va a ahogar. No sabría decir qué sonido escucha más, su corazón que parece que abrirá su pecho de un latido para escapar, su respiración o su maleta y las ruedas anunciando cada uno de los adoquines.

Cuenta los metros que quedan para llegar a su casa, ya tiene las llaves en la mano, cogidas como si fuese un puñal. A veces se siente estúpida y se pregunta por qué hace eso, pero esa sensación  no es comparable con la seguridad que le aporta ese pequeño objeto de metal entre los dedos.

Ni que pudiera matar a alguien con una llave, lo sabe, pero aún así se le ocurren diferentes formas de utilizarla para defenderse si alguien, pretende abandonar  la oscuridad de las esquinas de las calles que atraviesan con ganas de asustar o hacer daño.

Está nerviosa, no lo puede evitar. Mira constantemente a sus espaldas y a los lados, casi más que a los metros de acera que tiene por delante. Sabe por qué, pero se sigue preguntando a sí misma qué está haciendo y si se ha vuelto loca. Ese miedo la invade cada vez que va sola por la calle y de noche. Vulnerable, indefensa, desprotegida, así se siente.

A veces se asusta con su propia sombra cuando se mueve con las luces de los pocos coches que pasan. Tiene un máster en rapidez de abrir y cerrar el portal tras de sí. Y cada vez que lo hace, respira.

Por suerte esa pesadilla, hasta ahora siempre ha acabado igual. En casa sonriendo por sentirse tonta. Pero aliviada de estar entre esas cuatro paredes que la protegen.

Mientras cierra los ojos y apoya su cabeza en la puerta, vuelve a coger, esta vez con calma, una bocanada de ese aire cálido con sabor a hogar. Al abrirlos, en sus ojos se ve cómo el miedo se ha convertido en indignación. No quiere sentirse valiente, quiere sentirse libre.

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